jueves, 26 de enero de 2012

EL OJO TAPADO DE PADILLA

Estamos abonados a la tragedia y queremos arreglarlo todo con la burocracia. Andrés Amorós publica hoy, 23 de enero, en ABC un artículo que titula “Qué puede hacer Cultura por la fiesta de los toros”. Veamos: reducir el IVA, subvencionar a las empresas, crear una Dirección General de Asuntos Taurinos, coordinar a las Comunidades, fomentar y divulgar la fiesta, propiciar gestos simbólicos como que vayan a los toros el Rey y la infanta Elena con sus hijos y que Rajoy, además de ir a la plaza de Pontevedra, se deje ver en Las Ventas del Espíritu Santo, y transmisiones e informativos taurinos en la televisión de España. Pura burocracia. Y la burocracia sobra en esto y en otras muchas cosas. Menos reglamentos y menos pliegos de condiciones. Hace falta más libertad y que los empresarios organicen sus espectáculos a su leal saber y entender con la simple exigencia de que se cumpla lo que anuncian: Seis toros que serán lidiados, picados, banderilleados, pasados a muleta y muertos a estoque por unos matadores de toros o novillos concretos acompañados por sus correspondientes cuadrillas. Ese es el único reglamento necesario. Y que el empresario organice las corridas de toros, de novillos o de rejones que crea convenientes, que no se impongan concursos de ganaderías con el ruedo pintado como una cancha de baloncesto, que el cartel de diestros sea del grupo primero y naturales de la propia región o de triunfadores del año anterior, en Madrid o en Calatayud. Fuera reglamentos y cortapisas. ¡Libertad! Y luego arreglar la buena marcha de la lidia, sobre todo el primer tercio. Lo que llevo repitiendo desde hace más de medio siglo: el peto anatómico. Y que sean los picadores que saben montar a caballo tirar el palo, sujetar el empuje del toro, manejar las riendas para salvar al caballo y contar con la ayuda de los toreros de a pie. Necesitamos recuperar la suerte de varas. Después, cada cual pondrá las banderillas de los colores que quiera. Variedad, señores, variedad. Tenemos toreros para satisfacer todos los gustos, los del paladar, la valentía consciente, la técnica, la naturalidad o la sabiduría. Los descendientes de Pepe Luis,” Manolete”, Luis Miguel, Antonio Bienvenida o Domingo Ortega. Hoy, Morante, José Tomás, “El Juli”, Manzanares o Enrique Ponce. Podría citar a otros, pero creo que con esa decena de toreros puede valer como muestra.


Estos últimos días, el tema general fue el anuncio de la vuelta a los ruedos de Juan José Padilla tras el largo y doloroso periplo recorrido desde el 7 de octubre, cuando un toro le rompió la cara desde la oreja izquierda hasta el ojo del mismo lado. Las informaciones, similares, y las fotos, impactantes. Un Padilla elegante, vareado, con un traje de chaqueta cruzada y raya diplomática, gesto serio y parche de piel negra tapando el ojo sin luz. Volverá el 4 de marzo próximo en la plaza de Olivenza, con Morante y Manzanares de compañeros y toros de Núñez del Cuvillo. Ángel Solís, en “Heraldo de Aragón”, ponía el estrambote a la noticia con estética azoriniana y técnica gongorina: “Vuelve Padilla. El héroe. El villano, el transgresor de la formas. El lidiador que se anunciaba con la casta, con la fuerza de la sinrazón: el toro”.


No conozco personalmente a Juan José, al que algunos motejan de “Ciclón de Jerez”, pero tengo muy buenas referencias de él puesto que goza de las simpatías y el favor de sus compañeros. Es muy buena señal. Y me alegra que, con voluntad y sacrificio, haya superado el gran trauma sufrido y empiece una nueva temporada con todas las garantías. Solís titula su comentario como “El negocio Padilla” y lo termina así de críptico: “Vuelve, hoy, con lo bueno, lo comercial, lo pastueño, lo que siempre anheló y se lo negaron. El negocio lleva su nombre, pero no es para él. Que la suerte le acompañe”. Está bien, que le acompañe la suerte, claro. Pero no es el primer caso de un torero en estas circunstancias. Allá por el 1816 nació en Gelves, Sevilla, Manuel Domínguez, al que apodaron “Desperdicios”, unos dicen que porque lo vio Pedro Romero y afirmó que ese muchacho no tenía desperdicio y otros, seguramente con exceso de imaginación, porque, después de estar casi veinte años en las Américas practicando los más diversos oficios y aficiones – militar, torero, chulo, mayoral, cabecilla e industrial –, regresó a España en 1852, renovó sus afanes toreros y el 1 de junio de 1857, en la plaza de toros de El Puerto de Santa María, un toro de Concha y Sierra bien llamado “Barrabás”, en la ejecución de la estocada le derribó y le metió el pitón en el suelo entre la mandíbula y el ojo derecho, que se lo vacío. El toro se emplazó en la entrada de la escasa enfermería y el herido y la cuadrilla hubieron de esperar largo rato hasta que “Barrabás” se fue. Alguien aseguró que Manuel Domínguez recogió en su mano lo que había quedado de su ojo y lo lanzó a la arena con un despectivo ¡Ná, desperdicios! Más verosímil es lo que se contaba después: que el médico fue a visitar al herido al día siguiente y se encontró con la buena nueva de que Domínguez había cogido trozos de papel de estraza y había confeccionado una especie de tapones con los que rellenó sus heridas de la mandíbula y la órbita vacía y los conductos de la nariz y ello puede que le salvara la vida e hiciera posible que Manuel Domínguez “Desperdicios” reapareciera, tres meses después de la cogida, en Málaga y con toros de Concha y Sierra. Otro torero tuerto fue José Antonio Calderón “Capita”.


El más terrible de los antecedentes de este tipo de lesiones fue el de Manuel Granero en Madrid. El pitón le entró directamente al cerebro por un ojo y murió en el acto. Antes a este tipo de cornadas sin las consecuencias trágicas del valenciano se les llamaba cornadas de espejo y es fama que la que en Santander sufrió Pepe Luis Vázquez menguó sus afanes. Al enterarse de lo que había ocurrido, Manolete, que también lucía en su cara una cicatriz recordatoria, comentó: “No es posible, ¿le habrá tirado un cuerno el toro?”


Ya avanzado el siglo XX, tenemos los casos de Eladio Peralvo, matador de toros cordobés que en Los Navalmorales, Toledo, se vacío la órbita ocular izquierda con el arpón de una banderilla el 15 de septiembre de 1973, Lucio Sandín, madrileño de la Escuela Taurina de Madrid y compañero del infortunado “Yiyo”, al que un novillo de Baltasar Ibán hirió en el ojo derecho el 12 de junio de 1983. Reapareció en septiembre y tomó la alternativa el 7 de abril de 1985 con Curro Romero y Rafael de Paula en el cartel. Hubo un tiempo en que fue apoderado por Diego Puerta y tuvo relaciones con una hija de este. Tuvo un grave accidente de automóvil, se apartó de los toros y se hizo especialista en óptica. Lo apropiado. También sufrieron lesiones oculares Carlos Collado “Niño de la Taurina”, golpeado con el palo de una banderilla al dar un muletazo, y Javier Vázquez, al que el 9 de abril de 1988, en Algeciras, al entrar a matar, un novillo le destrozo un párpado sin pérdida de visión. Como ejemplo de cornadas de espejo tenemos las de Franco Cadena en Sevilla y Luis de Paulova. Con más suerte y menos consecuencias visibles las de Julio Aparicio y Sergio Aguilar. El lado amargo de la fiesta que parece que necesita de la tragedia para justificar su brillo. Pinturas negras con mucha luz. La luz de la esperanza.

viernes, 13 de enero de 2012

MI FLACA MEMORIA

Benjamín Bentura Remacha



Salvador, me llamaste por teléfono, hablamos de muchas cosas y no me acordé de preguntarte por la antigüedad del ínclito José Julio, el más viejo y el más gitano aunque no sepa nada de Gabriel Moreno, aquel banderillero moreno y cargado de hombros que iba en la cuadrilla de Pepe Luis cuando en Sevilla salió un toro de Miura retorcido, al que el maestro, conocedor exquisito del toro en general y de lo de Miura en particular, apoyado por compañeros y cuadrillas, acusó de burriciego.

Gabriel se fue para los medios y le endilgó al corto de vista o míope seis monumentales verónicas que remató con una arrebujada media para irse hacia la barrera y espetarle al de San Bernardo su personal sentencia: "Pepe Luis, no me eches que me despido yo solo". Pero lo que reconcome mi corazón con válvula de Jabugo es lo del DECANATO. Es algo así como si fuera marqués y me birlara el título cualquier gañán de la pradera seca y amarilla del viejo contador de chistes.

Claro que luego vienen mis nietos Diego y Blanca y me curan de todas mis penas.

En ellos tengo puestas mis esperanzas y alegrías. Ellos me recordarán y me harán justicia: mi abuelo fue el más viejo de los cronistas de toros y no ese moro de García, José Julio, que se fue a Tánger a escribir de toros bajo el manto protector del famoso y competente don Gregorio Corrochano, padre de don Alfredo, excelente persona y buen matador de toros, al que le perjudicó notablemente la fama extraordinaria de su progenitor, aquel que firmó lo de "Es de Ronda y se llama Cayetano" y lo más rotundo y definitivo de que "Yo creí que el toreo era JOSELITO y lo mató un toro".

Estamos en tiempos de críticas continuas y apasionadas y algunos generalizan y desprestigian a toda la larga lista de comentaristas y críticos taurinos. Y en esta especialidad ha habido gente muy valiosa desde que un aragonés, Mariano de Cavia, hizo de esta modalidad un género de alta literatura. Y para demostrarlo basta con leer a "Sobaquillo" y a otros muchos aragoneses que en el mundo del toro han sido: "Don Ventura" (Ventura Bagüés) "Don Indalecio" (Marqués de la Cadena), Antonio Valencia "El Cachetero", mi padre, "Barico", Eusebio Blasco, Fernando Castán Palomar, Antonio Martín Ruiz "Cantares", Alberto Casañal o Pascual Millán, nacido en Sigüenza pero recriado en Calatayud. Por cierto, hace unos días, en ABC, el profesor Andrés Amorós, al hablar de las glorias del "divino" Ricardo Zamora, el mejor portero de balompié del mundo, citaba al poeta bilbilitano Pedro Montón Puerto por unos versos que le dedicaba a la "zamorana", que era un despeje de la pelota con el brazo doblado por el codo. Montón Puerto, vendedor de carbón y cronista oficial de la villa de Calatayud fallecido en el mes de noviembre de 1992, dedicaba sus afanes poéticos a los toros y son famosas sus descripciones rimadas sobre figuras tan relevantes como Pedro Romero, "El Espartero", Antonio Fuentes y otro gran número de trabajos suyos que se publicaron en "El Ruedo" de los años 40 y 50 del siglo pasado. Tampoco, desde los Argensola a "Mefisto", es manca la relación de poetas aragoneses que dedicaron sus afanes artísticos a los toros. ¿Y entre pintores y fotógrafos? Querido Salvador Sánchez, aragonés por Marruedo, admite mis efusiones aragonesas en un momento de incertidumbre taurina.

Estamos en Aragón, frontera con Cataluña. Los síntomas son muy similares. No vaticino un desastre semejante, pero algo hay que hacer para que no quede todo, como en nuestro vecino territorio del antiguo Reino de Aragón, en las manifestaciones populares que, ahora, ya no son tan del pueblo porque se han confeccionado reglamentos, se han organizado "troupes" y se han mercantilizado sus actuaciones. Antes, ya en los tiempos de Goya, había cestos, cuévanos o roscaderos, recortadores o saltadores pero sin cobrar, por pura afición. Los de Valladolid, que son más finos y agudos, inventaron lo de los cortes, los recortes por la espalda, y se han hecho con el mercado. Los toros de fuego o de calle, los emboladores... Todo reglamentado y premiado con dineros. Ya no son fiestas tan populares. Pero hace muchos años, cuando todas estas cosas eran puro sentimiento, también había novilladas y corridas de toros y salían chavales que vestían apagados trajes de luces y querían alcanzar las luminosas glorias taurinas: Diego Puerta, Paco Camino o Miguel Márquez se hicieron un poco más toreros en Aragón.


¿Quién puede soñar eso en estos tiempos? Y la plaza de toros de Zaragoza, la de Pignatelli sin falsas misericordias, que ya pasó en los 80 del siglo pasado una crisis monumental, está ahora en la más profunda de las simas. Y, para arreglarlo, la Diputación ha confeccionado un pliego de arrendamiento que no se lo salta un gitano de los de José Julio. Habrá que buscar un empresario a lazo como hace treinta años hubo que acudir a Palomo para que hablara con los Lozano. Según mis conocimientos, los Chopera, Pablo y Oscar, han renunciado a la mano misericordiosa. ¿Quién va a venir? Pero ¿que pasa con Teruel, Huesca, Ejea de los Caballeros, Tarazona, Calatayud o las numerosas plazas turolenses o las contadas del territorio oscense? Mortecinos escenarios. No nos salvan ni las hazañas de "Martincho", el primer torero de la historia con rostro y biografía. Por cierto, aragonés de Las Cinco Villas.

Publicado en "Los Sabios del Toreo". http://www.sabiosdeltoreo.com/Salidas_asp/Noticias/noticiasTaurinas.asp?Numerador=5480

lunes, 9 de enero de 2012

LOS REYES MAGOS

BENJAMÍN BENTURA REMACHA


Yo no sé si es por la edad o porque la válvula de cerdo que el doctor Ibarra me puso en el corazón ha acentuado mi sensibilidad y me vuelvo loco con los aniversarios. Sucedió que el 6 de enero de 1904 nació mi padre en Ejea de los Caballeros y cuando se lo anunciaron a su hermano Ignacio que los Reyes Magos le habían traído un hermanito, él comentó malhumorado “pues yo había pedido un cepo para los conejos”. No pasó nada más. Luego mi padre se apartó de lo rural y se fue a Madrid para hacerse periodista y, entre otras muchas otras cosas a las que tenía que acudir porque tuvo seis hijos, fundó la sección de “El Ruedo” de “Marca” y luego la revista del mismo nombre, en la que puedo asegurar que, en los veinte años que estuvo en ella, fue el que más crónicas, entrevistas, ensayos y noticias firmó de entre todos los ilustres firmantes que participaron en el mantenimiento de la más variada e ilustrada de las revistas de toros que en el mundo han sido. Y también un 6 de enero, este de 1916, nació en Barcelona Marió Cabré. Y de este quiero hablar un poco más largo y tendido porque el otro día me comentaba Fernando del Arco que no se había hecho justicia a tan singular personaje. Y alrededor de ese celebrado 6 de enero tenemos que el 2 de enero de 1880 nació en Córdoba Rafael González “Machaquito”, que el 5 de enero del mismo año que mi padre, 1904, nació en Ronda Cayetano Ordóñez Aguilera, el 3 de enero de 1974, en Madrid, su biznieto Francisco Rivera Ordóñez y el 7 de enero de 1914, en Madrid también, Pepe Bienvenida, el torero que solo entró en una enfermaría para morirse después de colocar un par de banderillas. ¡Qué raza, Santo cielo! Su hermano, Antonio, que las había visitado casi todas, fue a morir junto a las encinas de un campo castellano.

Pero estaba con Mario Cabré, el que se apellidaba “Polifacético” aunque tuviera una sola cara, la de una bella persona. En el teatro, el cine, los ruedos, la moda masculina o las tertulias poéticas. Y hasta hizo su excursión por los estudios de grabación y yo conservaba un disco suyo de boleros que me desapareció como alguna otra cosa curiosa, tal que una fotografía dedicada de Ricardo Zamora cuando era compañero de mi padre en la Editorial Católica. Se va uno dejando por ahí las cosas, unas veces olvidadas, otras perdidas y algunas afanadas por personas más bien cercanas. Mario empezó por el teatro porque su padre era actor y él siguió sus pasos y los de su tío Pedro, figura del Español, donde fue a recalar otro Cabré de segundo apellido, Gas de primero, Mario Gas Cabré, su más distinguido director. Aseguran las crónicas que Mario Cabré montó su primer Tenorio con doce años, que lo repitió años después con Maruchi Fresno y que hubo temporada en el que, tras cortar una oreja en la plaza de Las Ventas, recitó los versos de Zorrilla con especial galanura en las tablas de un teatro de la Gran Vía madrileña.

Yo había iniciado mi periplo periodístico en la primera mitad del año 1951 con crónicas de las novilladas de Carabanchel, plaza en la que también se inició mi padre en 1933 en “El Debate”, labor que alternaba con la crónica de sucesos que era lo que en aquellos tiempos encargaban a los novatos. Mi ilusión era continuar en la tarea periodística y recibir alrededor de veinte duros por crónica o artículo. Algo más de medio euro. Y entonces inicié una sección que se titulaba “Lo que hacen los toreros fuera del ruedo” y como Cabré era el que más cosas hacía al margen del toreo fue el primero en caer en mis inexpertas manos. Además, cuando Cabré iba a Madrid, acudía a la tertulia de “El Gato Negro”, antesala del teatro de la Comedia, en donde se reunía mi padre, con actores, pintores, periodistas y autores, de entre los que recuerdo con especial cariño a don Joaquín Roa, un pamplonés genial que, pese a su modestia, intervino en las más importantes películas de nuestra cinematografía: “Bienvenido, Mister Marshall”, “Marcelino Pan y Vino” y “Viridiana”. Con estos tres títulos creo que es bastante. A trancas y barrancas y con la supervisión de mi padre que me hacía repetir lo que no le parecía bien, al fin quedó terminado mi trabajo y dispuesto para aparecer en página doble en el número 387 de “El Ruedo” de 22 de noviembre de 1951, ilustrada con las fotos de un lance a la verónica de Cabre, acompañado de Ivonne de Carlo cubierta con una capa española, con Maruchí Fresno en una escena del Tenorio, con la francesa Anouk en la película “Annette” en la que el torero hacía un papel de gangster y otro fotograma de la película “Tercio de quites” en la que participó la mexicana Chula Prieto. Esa era la salsa que le daba gracia a mi trabajado plato fuerte. Y el año lo terminé completando este ciclo con entrevistas a Manolo Escudero en su casa de Atocha, junto al Ministerio de Fomento, a Rafael Vega “Gitanillo de Triana”, en su colmado de “La Pañoleta” con Pastora y su hija, la esposa de Rafael, a Juanito Posada en el café “Marfil”, Alcalá, esquina con Arlabán, y a Paquito Muñoz en el domicilio de sus padres que tenían la concesión de los autobuses a Paracuellos del Jarama.

En el mismo número en el que yo firmaba la entrevista a Mario Cabré como “Barico II”, Santiago Córdoba, al estilo tajante y conciso del catalán del Arco, le hacía una entrevista a Domingo Ortega, que fue padrino de la alternativa de Cabré en Sevilla (1 de octubre de 1943) y también de su confirmación en Madrid (8 de octubre del mismo año). Y no quiero dejarme en el tintero dos o tres opiniones del rural filósofo de Borox: “Solo he visto dos toros completos en toda mi vida, uno me tocó a mi y otro a Marcial”. (Santiago Córdoba daba por hecho que Domingo Ortega se había retirado aquel año de 1951. No fue así. Su última corrida tuvo lugar el 14 de octubre de 1954 en Zaragoza y con Jumillano y Pedrés. Luego se le vio en numerosos festivales y en uno de ellos hasta toreo con chaqueta de aberturas en la espalda. Como Castella en América) ¿Normas clásicas? “Parar, templar, cargar y mandar”. “Llevar al toro toreado”. “Mandar al toro dando al mismo tiempo una sensación de belleza”. ¡BELLEZA! Hay gustos que merecen palos.

Mario Cabré era un hombre guapo. Y exquisito. De una belleza interior que yo pude saborear durante muchos años, cuando tuvo que retirarse a Benicásim a una residencia y desde allí me enviaba sus libros o tankas de poesía en las Navidades de los años 70 y firmaba con la mano izquierda el escueto “Mario”. Todavía no se podían reparar los corazones con válvulas de Jabugo. Pero él seguía en su afán de transmitir sus sensaciones y por ello cuento con un tesoro de más de veinte libros, con especial significación del dedicado a “Manolete” en 1947, el “Dietario Poético” a Ava Gadner, 1950, “Oda a Gala-Salvador Dalí”, 1952, “Canto sin sosiego”, 1957, “Tankas”, 1962, “En la Residencia”, 1969, y “Benicásim”, 1978. Así hasta el 1 de julio de 1990, día en el que Mario Cabré murió en Barcelona.

Guardo con especial devoción un ejemplar de “Danza Mortal” editado en Madrid por la editorial “Mon” en la imprenta “Arba” en abril de 1950. Está dedicado a la desaparecida bailarina Mari-Paz , ilustrado por M. Zaragüeta y prologado por don Jacinto Benavente (para las víctimas de la Logse y su sucesores: dramaturgo, Premio Nobel y autor de “Los intereses creados”) y que dice en uno de sus párrafos: “Hay en todas las poesías de Mario Cabré una emoción honda, la de quien tantas veces ha vuelto de la muerte; la del que sabe, como él mismo dice en una de sus poesías, que la muerte no se improvisa”. “La muerte es la perfección de nuestra vida”.

Don Jacinto, trataré de seguir siendo imperfecto. Y feliz año, amigos.