miércoles, 6 de junio de 2012

TOREROS CONCAVOS, CONVEXOS Y VERTICALES

Me hace ilusión ir a los toros en Zaragoza porque es una de las plazas más cómodas de España. Y algo he colaborado yo a ello. La cosa empezó el año 1979, cuando entré en la Diputación después de una fugaz experiencia periodística en el diario “Aragón Exprés”, en el que, desde el punto de vista taurino, resucité la cabecera de “El Chiquero” con dibujo del señor Unceta, don Marcelino, pintor historicista y torero; pero, en lo profesional, aquella aventura acabó tristemente y me salvé del ostracismo laboral en un giro copernicano hacia la nueva vía de los Gabinetes de Prensa. Allí me encontré con el gran aliciente de que la Diputación de Zaragoza era, y es, la propietaria de la Plaza de Toros que construyera en 1764 don Ramón de Pignatelli. Una gran reforma se hizo en 1917, al amparo del enfrentamiento de Herrerín y Ballesteros, dispar y contrastado y, por tanto, generador de emociones, devociones, altercados y discusiones. Llenaban la plaza y hubo que ampliar su capacidad. Luego, al socaire de los nuevos tiempos, se ha vuelto al anterior aforo pero se ha ganado en comodidades. ¿Quién te ha visto y quién te ve? Se empezó por lavarle la cara y se acabó por ponerle boina a su amplia, despejada y aireada cabeza. Nuevas viviendas para el conserje y el mayoral, puerta de cuadrillas a la inversa con nuevo palco para los presidentes, no más anuncios fijos en el interior, cuadras, recinto para el sorteo, desolladero, oficinas, luminoso con plena y práctica información ( se le dice al público hasta el nombre de los pasodobles que se tocan), bares, pasillos y capilla. Se colocó a Goya en su sitio, en el tendido tomando un apunte del salto de la garrocha de Juanito Apiñani, y la influencia de un ególatra empresario que siempre hablaba de si mismo en tercera persona lo condenó a un rincón del patio de cuadrillas, en el que le tapa cualquiera de los vehículos que allí aparcan. Nobleza aragonesa para con los nuestros. Espero que un día de estos, el señor Presidente de la Diputación de Zaragoza restituya a don Francisco al lugar para el que fue creado por el escultor Manuel Arcón. Merece la pena.

Estuve en la gestión de la cubierta que algún comentarista “visivo” y moreno de bote y de bigote calificó de preservativo. Que le pregunten a los toreros. El primer impulsor fue el arquitecto cubano Bernardo Díez, “Guajiro” en los “diez minutos” que intento ser novillero al amparo de Manuel Benítez, el segundo el empresario Arturo Beltrán y el que puso la base para que semejante obra de ingeniería se consolidara, el arquitecto José María Valero, un mágico restaurador de viejos edificios. Después de mi jubilación se han modificado los tendidos, gradas y andanadas y se ha bajado de 14 mil a 10 mil localidades, que confío que algún día se llenen en su totalidad, futuro que, por el momento, no se vislumbra, razón de más para cederle a Don Paco el de los Toros esas cuatro localidades, cuyo abono no creo que se niegue a pagar la propia Diputación de Zaragoza.

Ahí estaba yo el pasado domingo, 3 de junio de este año jacarandoso y bisiesto, para contemplar una corrida de toros en la que se anunciaron toros de Montalvo y acabaron viniendo los de Gerardo Ortega de tierras de Onuba, procedencia veragüeña, armónica presencia pese a que tres toros eran cuatreños, los tres primeros, y otros tres cinqueños. Negros todos, algún mechoncillo blanco por el braguero en el cuarto y en el sexto y pesos entre los 506 kilos de ese cuarto y los 556 del tercero. En cuanto a comportamiento, casi un denominador común: alegría a la salida al ruedo, impaciencia por acudir a los caballos al relance de los capotes y picotacillos señalados en las segundas entradas. Frágiles de temperamento. ¿O de casta, raza o bravura? Francisco Rivera Ordóñez, de azul intenso y oro, Manuel Jesús Cid, de azul profundo y oro, y César Jiménez, de helado de fresa y nata. Un banderillero vestía de tabaco e “hilo blanco”, Rafael Perea “El Boni” de gris pizarra y azabache y Jesús Arruga, naturalmente, de cariñena y azabache. Si el fenomenal Arruga hubiera nacido en Rioja y Burdeos bebería otros vinos. El caso es que soy algo daltónico, me hago un lío con esto de los colores de los vestidos de torear y me subo por las paredes cuando a un negro le llaman catafalco. Pura morbosidad. “Barquerito”, en su crónica de Madrid, asegura que Curro Díaz vestía de palisandro y oro (palisandro, madera de color rojo intenso). En esta misma corrida, Jesús Arruga, el mejor entre los mejores de su categoría, le hizo un quite auténtico a David Mora.

Del resultado del festejo del coso de Pignatelli, al menos lejos de Zaragoza, tendrán noticia los que me leyeran. En el resto de los medios de papel, un solitario telegrama en “El Mundo”. A los responsables de la plaza de Zaragoza, un ruego: abrán o cierren la cubierta al completo. Dejar una raya de sol entre dos sombras perjudica a la visión del toro y del torero. Compren banderillas de todos los colores y no hagan caso del particular Reglamento Taurino Aragonés. En la variedad está el gusto. Lo más brillante, el tercio de banderillas del tercer toro a cargo de los aragoneses Carlos Casanova y ese Jesús Arruga que va por los dos pitones. Estupenda la cuadrilla de “El Cid”, don Manuel Jesús, que tuvo la oportunidad histórica de resucitar a “El Cid”. Cortó una oreja a su primero y otra a su segundo, pero fue un torero cóncavo, hueco, distante, colocando el engaño en uve y llevando al toro hacia las afueras. Alvarito Albornoz, el de “Revoleras”, decía que Manuel Benítez era un torero convexo por la colocación de su tronco, cabeza y brazos, y por su toreo hacia los adentros. En la postura se le parece César Jiménez pero su toreo es centrífugo. Rivera Ordóñez vaga por los alrededores y tiene partidarios y detractores muy definidos. Ni cóncavo ni convexo, centrífugo o centrípeto. Se encuentra con un ambiente injustamente hostil y su voluntad, ahora con el aditamento de las banderillas, no encuentra la solución. Todo lo que contribuye a su descollante y privilegiada posición en la genealogía torera parece que se vuelve en su contra. Y en la de su hermano Cayetano. Torero vertical por antonomasia lo fue Manuel Rodríguez “Manolete”. Geometría taurina. Las orejas de “El Cid” (las concedidas a “El Cid”, una y una), en Madrid le hubieran servido para salir a hombros por la Puerta Grande como David Mora, primero en recibir tal honor este año. En Zaragoza, para nada. Ni siquiera para ocultar que se ha quedado manco de la mano izquierda, él que tantas glorias conquistó como “maestro de la siniestra”, y que cultiva el truco del ocultismo de la muleta al final de cada pase para no ligar unos con otros y para degenerar lo que era recurso de Antonio Ordóñez en sus últimos días como matador de toros en activo. Mató a su primero de metisaca y estocada y al quinto de bajonazo. ¡Qué más da! César Jiménez, el vestido de helado de fresa y nata, también jugó al escondite.

Noticias de última hora: en varios pueblos de España y por distintas circunstancias se ha puesto a votación lo de toros u otra cosa. En todos, hasta en la guipuzcoana Cestona, ha ganado el sí a los toros. Por otro lado se anuncia que le segunda corrida programada por el apoderado de José Tomás para esta su menguada temporada es un seis toros de diversas ganaderías, dos, para su solitaria presencia. Pero ... en Nimes. ¿Qué creían ustedes, que iba a ser en Madrid? En fin, una alegría, porque Nimes es un lugar emblemático y porque su desamparado paseíllo en aquel circo romano demuestra que el de Galapagar está en plenitud de facultades y que 2013 será el año de un más amplio desafío conforme a la categoría que se le asigna de primera figura del toreo. También José Tomás está en la verticalidad torera. A compás abierto o a pies juntos, pero en la línea “manoletista”, magnífica reivindicación de los valores de aquel que murió en Linares al final de un vía crucis humano, torero y sentimental. Una tarde, en aquel mismo ruedo, el propio Tomás, en su senequismo tomista, soñó con la muerte purificadora. “Don José, para llegar a la perfección, sólo le falta morir en las astas de un toro. Se hará lo que se pueda, señor Boix”. Recreación del diálogo entre el torero y el literato. Pura fantasía.

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