miércoles, 5 de junio de 2013

LA GUERRA DE LOS PAÑUELOS

Primero, mi confesión, sin contrición ni promesa de enmienda: no me sé el Reglamento de la Fiesta de los Toros. Tenía la sospecha de que la grandeza del arte de torear no dependía de las normas y Juan Belmonte me lo ratificó cuando, en 1962, se publicó un Reglamento nuevo y le preguntaron su opinión en comparación con el anterior: “No la tengo. No conozco ninguno de los dos”. Y eso que por aquellos días había uno solo para toda España. Creo que los señores presidentes de los festejos taurinos tienen a su disposición pañuelos de los siguientes colores: blanco, verde, azul, naranja y rojo. El blanco para los cambios de tercio, toque de avisos y concesión de orejas, el verde para la devolución de un toro a los corrales, el azul para concederle la vuelta al ruedo a un toro, el naranja para perdonarle la vida y el rojo para condenarlo a banderillas negras. Desde hace muchos años, en Madrid no se han usado nada más que pañuelos blancos y verdes y con variadas reacciones por parte de espectadores y comentaristas, sobre todo, en el reciente San Isidro, en el caso de Iván Fandiño, herido de gravedad por el quinto toro de Parladé del día 22 de mayo, Corrida de la Prensa, en la ejecución de la estocada sentenciadora. Unos pedían una oreja y otros demandaban las dos Por su labor en ese toro, el Jurado de la empresa Taurodelta le ha concedido el premio a la mejor faena y el de la mejor estocada. Y en lo de la estocada tengo mis prevenciones. Lo he dicho muy recientemente. La mejor estocada no puede acabar en la cogida del matador. En este caso la mejor estocada de todos los tiempos podría ser la de Linares de agosto de 1947 o algunas otras que tuvieron semejante y dramático desenlace. “Barquerito”, que es hombre de sereno criterio, comentaba que en la corrida de Cuadri, con trapío, cabezas acarneradas y cuernas medias, de complicadas resoluciones, Robleño, en el cuarto que derribó con estrépito, tuvo que “bailar el vals con el oso del circo”.”Robleño cortó en el momento justo y, al fin, entrando por derecho cobró una estocada extraordinaria. Con la mínima y justificada ventaja de soltar el engaño justo en el momento de pasar el fielato”. Otra de las circunstancias por las que a mí me parece que una estocada no es perfecta, aunque prefiera este final de desarme antes que pagar el tributo de la sangre. No estoy, ni mucho menos, con los que piensan que la fiesta tiene que regenerase por la vía del dramatismo, sí por la de la emoción. Por esto insisto en mis alegaciones en favor de la recuperación de la suerte de varas, que no se vindica solo con la presencia de buenos profesionales, que hace falta generalizar y buscar en el peto anatómico la belleza de una suerte frente al ímpetu del toro, la monta del piquero, su fuerte brazo derecho, la destreza de la mano izquierda y la atención de los diestros y sus banderilleros. Recuperar ese tercio es fundamental para renovar el interés del festejo sin poner en peligro la integridad del caballo. Media docena de pencos, “sardinas” o jamelgos en las arenas del ruedo no lo aguantaría la sensibilidad del público de hoy, la economía de los contratistas ni la menguada cabaña caballar. Esto lo dejo ahí para ver si los nuevos estamentos oficiales encargados de la revitalización cultural de la Fiesta Española encuentran fórmulas salvadoras. Toreros nacen, más que en otros tiempos, toros se crían, también más que después del 39, solo falta que, cuando unos y otros se encuentran en los ruedos, el espectáculo sea el MAS GRANDE DEL MUNDO. Basta de mezquindades.

Cuando hay espectáculo la gente se alborota en los tendidos, como sucedió en el quinto toro de Celestino Cuadri. El toro no estaba muy dispuesto a acudir al caballo y entonces Tito Sandoval movió al jaco por delante de sus narices hasta provocar su embestida en la misma raya, tirando el palo con suavidad y picando delantero, que era la que le pedía “Joselito” a su piquero “Camero”, valga el pareado. Luego vino el segundo tercio y David Adalid y Fernando Sánchez mostraron sus peculiares formas de entender la suerte, más clásico Adalid, más gitano Sánchez, bajo el mando del capote de Marco Galán. Adalid, en le tercera entrada colocó un solo palo, se fue al chulo de banderillas y le pidió otro par, consultó con la presidencia, esta asintió (es de suponer que el jefe Castaño estuviese de acuerdo, no sé si le consultaron a él) y cuajó el remate que dio pie a la insólita vuelta al ruedo de los tres banderilleros, a los que se sumó, mediado el paseo, el picador Tito de Sandoval. Barquerito tituló: “Aparatosa apoteosis”. Es posible. Inusual, desde luego. Yo no había visto a un banderillero pedir permiso para colocar un par de banderillas más. Tampoco recuerdo que, antes de coger muleta y estoque el matador, su cuadrilla, casi al completo (faltaba el otro picador), dé la vuelta al ruedo y que algún comentarista asegure que a los premiados con las ovaciones del pueblo de Madrid y los trofeos de Taurodelta, mejor puyazo, mejores pares de banderillas y mejor brega, solamente se pueda añadir la cuadrilla de Manzanares, picadores incluídos, Ambel, Boni, Alcalareño y “… poquitos más”. Yo, la sangre no es agua, doy dos nombres más: Roberto Bermejo y Jesús Arruga. Hace unos días, en los cenáculos madrileños, se hablo mucho de Luis Carlos Aranda ¿lo condenamos ahora al ostracismo? Creo que no. Bueno, y a otros muchos.

Hubo otro pañuelo pedido y no concedido, el de Alberto Aguilar, con la grave consecuencia de que este buen profesional no saliera por la Puerta Grande, algo a lo que accedió, tras su fracaso con la victorinada, Alejandro Talavante, lo que le supuso ser declarado por la empresa de su apoderado, Taurodelta, triunfador absoluto por simple valoración cuantitativa en detrimento de la cualitativa respecto al propio Aguilar, el mismísimo Ferrera, pese a las fotografías de ABC y Mundo de brazos abiertos y salto posterior, “el cristo” del gimnasta Blume en contraste con el de la Buena Muerte de Pedro Mena que lleva a hombros la Legión en la Semana Santa malagueña, mismamente como el de Badajoz fue sacado de la plaza de toros de Las Ventas tras su actuación con el toro de Victoriano, no confundir, este es el del Río. Y, puestos a premiar el mayor impacto triunfal de la Feria de San Isidro, bueno hubiera sido conceder a Castaño ese galardón máximo por haber consentido la “aparatosa apoteosis” de su cuadrilla. Hay más nombres, pero ninguno en la valoración absoluta de la épica triunfadora. La masa no está en esa sintonía y desmenuza los acontecimientos como si fueran pinochas de maíz.

Lo que me trae por la Calle de la Amargura, por otro lado, es la fealdad de algunos carteles taurinos, siempre tan alegres, ruidosos y coloristas. Tenemos ahora un pintor, el colombiano Diego Ramos, que el año pasado pintó magníficamente AL TORO, el de Pamplona. Este año han retratado la parte oculta de una mesa de patas plegables y ese es el grito en la pared del San Fermín de 2013. Picasso no sabía que hacía con el sillín y el manillar de una vieja bicicleta. Fomentaba el feísmo. Se lo decía Salvador Dalí a Pablo Ruiz en una conferencia en el Ateneo de Madrid: “Picasso es comunista. Yo, tampoco”. Pero en su alegato de “Los Cornudos del Viejo Arte Moderno” remataba de esta guisa: “¡Gracias, Pablo! Tus últimas pinturas ignominiosas han matado el arte moderno. Sin ti, con el gusto y la mesura característicos de la prudencia francesa, habríamos tenido pintura cada vez más fea durante al menos cien años, hasta llegar a tus sublimes adefesios esperpentos: Tú, con toda la violencia de tu anarquismo ibérico, has llegado al límite y a las últimas consecuencias de lo abominable. Y lo has hecho, como Nietzsche habría deseado, marcándolo con tu propia sangre. Ahora solo nos queda volver de nuevo la mirada a Rafael. ¡Que Dios te bendiga!”

Como remate, mostrar mi alegría porque en la Exposición que se ha abierto en el Prado con obras de su inigualable fondo hay una muy importante porque es el primer cuadro de Goya que entró en la Gran Pinacoteca del Mundo, “El Garrochista”, por lo que es, una joya, y por lo que significan el motivo y su autor, don Francisco el de los Toros. El buen gusto como soporte de lo bello.

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