viernes, 3 de enero de 2014

COSAS QUE SE ME QUEDAN EN EL TINTERO

En las páginas de 6TOROS6, su director, José Luis Ramón, ha tenido la generosidad de dejarme un espacio para que contase mi vida. Ya le he enviado media docena de capítulos, a dos páginas por capítulos, pero siempre se me quedan muchas cosas en el tintero y otras me vienen a esa “memoria” que trato de activar al tiempo que mis neuronas dan vueltas en la hormigonera del cerebro. Y como se inicia un nuevo año, bueno será hacer recuento del pasado, en el que mi gran acontecimiento fue la llegada de mi nieto Benjamín V de Ejea de los Caballeros y I de Luesia por mamá, tataranieto de Benjamín I, alcalde de la villa ejeana, diputado provincial y presidente de la sociedad que construyó el ferrocarril de Gallur a Sádaba, que no vio funcionar porque murió en 1912 y el tren se inauguró en 1914, con Basilio Paraíso en el puesto de don Benjamín. Este Benjamín de hoy se une a Diego y Blanca, con los que forma mi menguada pero cualificada cosecha humana, en la que tengo confiada mi luenga supervivencia. ¡Y que sea por muchos años!

Otro capítulo importante es el recuento de las personas que  nos han abandonado. También en este aspecto tengo que resaltar una íntima pérdida, la de mi hermana María Luisa, doctora en Farmacia e investigadora por vocación y dedicación, que murió en el pasado mes de julio. Y en el aspecto taurino, Pepe Luis, el único personaje de nuestro planeta cañabetero que se incluye entre el casi centenar de desaparecidos que citaba en su suplemento “El Mundo” de fin de año, aunque con una pequeña gacetilla y no en la amplitud de sus merecimientos artísticos. Algo es algo. Mas brillo se le daba a la figura de Marifé de Tríana, la de María de la O, y ninguno a Dolores Aguirre, ganadera de reses bravas. Vi en la 2 un reportaje sobre el “sunami” Lola Flores y me enamoré  (con perdón, don Javier Conde) de Estrella Morante, por su voz, por su naturalidad, su elegancia y distinción, y, sobre todo, porque no tiene nada de la soberbia y afectación de las grandes y más viudas de España. En la mañana del primer día del 2014 escuché un concierto de don Juan Sebastián y el clásico de Viena mientras hacía una merluza rellena al horno para el primer condumio familiar del año. Benjamín V, mucha teta y un buen biberón, llorar y dormir.

De las cosas que me acuerdo y no he incluido en el próximo capítulo de mis “Memorias” está Dámaso González. Se había hecho cargo de su apoderamiento don Manuel Flores “Camará”, que se guiaba para  tomar sus decisiones profesionales por la expresión de los ojos del aspirante a disfrutar de sus habilidades gestoras. “Me acordaba siempre de la mirada de Manolo. De “Manolete”, naturalmente. Y Dámaso mira, y mira afortunadamente, con la misma intensidad febril que lo hacia el de Córdoba”. En lo demás se parecían poco, pero Dámaso se quedaba muy quieto y templaba los engaños con una largura inusitada para su corta alzada y su reducida envergadura. Dámaso había recorrido plazas de pueblo, capeas y tentaderos furtivos y vivido aventuras macuto al hombro bajo el sobrenombre de “El Alba”, apócope de su lugar natal, y con buena fama entre los maletillas de toda España. Pero, oficialmente, se presentaba con picadores en Barcelona, lugar al que me invitó a acudir don Manuel y donde descubrí un nuevo concepto del toreo que luego macizaría el de Sanlúcar de Barrameda.

Otro tema es el croquis que publique en “El Alcázar” sobre los cambios a caballo de Álvaro Domecq. Eran una serie de diminutas sombras chinescas de caballo y toro apuntando la salida de la suerte por un lado y realizándola por el otro. No se había contemplado en España semejante suerte en nuestro cantado arte del toreo de a caballo. Ni el héroe nacional cordobés Cañero, ni los centauros de la Puebla, ni los doctos Pinohermoso o don Álvaro, la gentil Conchita, los Ribeiro, Veiga o los muchos lusitanos que en el rejoneo han sido y los que desde la arena se subieron al caballo, don Juan o don Carlos el azteca, habían ejecutado tal suerte en un ruedo español. Al menos, yo no lo recordaba. Y don Álvaro padre me lo confirmaba. Creo que fue el propio Alvarito, diminutivo admisible por su juventud y peso físico de entonces, el que me informó de que había sido el gran Joao Nuncio el que se lo había enseñado en una visita a tierras portuguesas. Me imagino que así fue porque, como es mi caso y mis disgustos y hasta agresiones me costó, Nuncio vio en el Domecq joven a auténtico maestro del toreo caballeresco. Y es que aquellos quiebros o cambios, que todavía no he podido aclararme y definirme sobre si el cambio es posible en banderillas a pie o a caballo, son base del rejoneo que ha fijado en toda su amplitud el monarca que vino de Estella. Eso, el vestido, el olvido de las colleras y el paso de costado.

Bueno, ese es otro asunto de mi etapa bajo la laureada de San Fernando. Uno más ocurrió en 1972 y fue el del comisario Panguas y su “maléfica” concesión del rabo de un toro a Sebastián Palomo Linares en la plaza de toros de Madrid. Al día siguiente, los talibanes taurinos pusieron lazos negros en los reposteros de las gradas y andanadas. Lloraban como si hubieran perdido a un familiar cercano y condenaban al fuego eterno al bondadoso ser humano que era el comisario Panguas. Tiempo después recibí un ejemplar dedicado de un libro mecanografíado y reproducido en  ciclostil, en el que el señor presidente ya dimitido explicaba pormenores de tal acontecimiento. Nadie se acordaba ya de los rabos que cortaron en ese mismo ruedo Juan Belmonte y Marcial Lalanda en 1934, año de la inauguración oficial, Manolo Bienvenida, otra vez Belmonte, Lorenzo Garza. Alfredo Corrochano, Curro Caro y Domingo Ortega  en los años siguientes, antes de la guerra. Después vino la austeridad en los trofeos y la prohibición de la música durante las faenas. Esto último se queda para los anhelos pueblerinos de mi Zaragoza. Otra vez, todo viene de los pueblos.

Unos días antes, el 15 de mayo de 1972, confirmaba su alternativa en Madrid Raúl Aranda y Panguas me invitó a vivir a su lado todo un día como presidente de un festejo hasta en el palco de la autoridad. Muy cerca estaba don José Roger “Valencia”, asesor artístico, que me hizo una pregunta para calibrar mi capacidad taurina: ¿Qué es un puyazo al relance? “El que se ejecuta sin pausa a la salida de un capotazo”, le respondí con rapidez. Bien. Lo fenomenal para Aranda fue que Panguas le concedió las dos orejas del sexto toro de Paco Galache y que salió par la puerta grande.


Como rematé, mi eutrapélico mensaje para 2014: MUCHOS CUERNOS Y POCAS CORNADAS ( si es posible ninguna, mejor).            

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