No hay duda
de que José Tomás es un fenómeno extraordinario y puede que hasta extrahumano.
Reaparece en Juriquilla, en un pueblo mexicano con una plaza con cuatro mil
espectadores, todos ellos presentes y para la despedida de su cuate Ochoa, muy
señor nuestro por estos lares, y se desatan los comentarios y emociones tal
como si la reaparición hubiera tenido lugar en Las Ventas con una corrida de
Miura y Morante de la Puebla
y Julián López El Juli como
compañeros de cartel. Pero lo que más me ha sorprendido de todo lo que he leído
– todavía tengo esta nefasta costumbre – es lo que ha escrito Heriberto
Murrieta en 6TOROS6: José Tomás dio orden
de que no hubiera más gente que la indispensable en el patio de cuadrillas,
prohibió la circulación de vendedores ambulantes durante la lidia de los toros
y prohibió que sonara la música durante las faenas. Sabias imposiciones, la
primera muy conveniente antes de hacer el paseíllo, los creyentes sólo están
para rezar y los agnósticos para no identificar ni a su padre. La segunda hace
años que hasta se reflejaba en el dorso
de las entradas y la tercera se impuso en la plaza de Madrid, en Las Ventas,
cuando el director de la banda empuñaba su batuta cuando toreaba Marcial
Lalanda y se abstenía cuando lo hacía Domingo Ortega, que, como era de pueblo,
gustaba del aderezo musical de sus armónicos deslizamientos sobre las arenas
más o menos doradas de las plazas de España. ¿Solución? Sin música. La banda se
convirtió en charanga camuflada en un
pequeño palco. En Bilbao había casi una orquesta, pero el que mandaba en su
participación musical era el comisario Amedo. Por mi parte, me parece
pueblerino el tocar las palmas de tango para que se inicie la “sinfonía” que
pedía a gritos Diamante Rubio,
residente en una cueva del Sacromonte y peregrino palmero por las ferias
taurinas. En Zaragoza, la banda de música de la Diputación Provincial ,
está en vías de extinción. Apenas le quedan una docena de músicos a la espera
de su jubilación. Pero estas son otras músicas y yo le pediría a José Tomás
que, en lugar de prohibiciones, abriera sus horizontes toreros y se dispusiera
a pasar por los patios de cuadrillas de las plazas de primera de España, con
toros de todos los encastes y en compañía de los toreros del grupo especial, si
es que ese grupo todavía existe. ¡La fiesta lo necesita, don José! Sus
seguidores se conforman con un chupito; los aficionados necesitan emborracharse
de tomismo. No es bueno hacer
comparaciones, pero Enrique Ponce ha
reaparecido en Sevilla y en Madrid al mes y medio de su percance en
Valencia y lleva veinticinco años de alternativa, ha toreado más corridas que
nadie en toda la historia del toreo, ha indultado a medio centenar de toros y
ha mantenido a su lado al apoderado, mozo de espadas, banderilleros y picadores
durante más de un cuarto de siglo. Esto último también tiene su importancia y
añade a su dimensión torera una extraordinaria valoración humana. De entre
todas las figuras que en el mundo taurino han sido, Ponce es también el que
menos conflictos ha ocasionado. Luego hay que ser muy buen torero para hacerle
lo que le hizo ayer, San Isidro, al cuarto toro de Victoriano del Río en la
turbulenta arena de Las Ventas.
Me pareció
heroica la actuación del pasado martes del gallego nacido en Orduña, Iván
Fandiño. Mazzantini nació en Eibar pero
era italiano. Fandiño lleva muchos años luchando por ocupar un lugar destacado
en el escalafón torero y recuerdo que en una corrida en Bilbao hizo lo mismo
que en Las Ventas el otro día: matar sin muleta. No me va a mi concepto del
toreo: riesgo, sí; pero técnica y conocimientos para soslayar la cogida, que
casi siempre se da por equivocación humana. Si la resolución del lance tiene
que venir obligatoriamente por la voltereta más o menos sangrienta a eso ya no
se le puede llamar suerte. Fandiño, es posible que a idea, dejó tras de sí la
muleta en el ruedo y, a la postre, fue la que le hizo el quite definitivo. Pero
no es eso lo que a mí me emociona, más bien me sobresalta. Y con una válvula de
cerdo en el corazón no está uno para sobresaltos. Dos días después confirmó su
alternativa en Madrid el hijo de Antonio José Galán, el torero cordobés de
Fuengirola que más veces mató toros sin utilizar la muleta. David Galán, como
se decía antes, está muy poco toreado, placeado, mejor. Emocionó su brindis al
cielo en el toro de la confirmación, se le respetó su decisión y empeño… ¡Esto
está muy difícil!
Han sido,
por otro lado, días tristes para nuestro mundo: han fallecido tres toreros a
los que conocí en sus comienzos. Empiezo por Antonio Codeseda, un sevillano al
que vi en Vista Alegre primero y luego en Las Ventas en una novillada del 26 de
julio de 1959 en la que cortó una oreja. Repitió y no hubo nada. Aburrido, en
1965 se hizo banderillero pero no duró mucho en el escalafón de plata y
desapareció de los ruedos sin ruido. Pero mi recuerdo de aquellas tardes
carabancheleras y la de Alcalá arriba
son de buen gusto y pellizco. Allí se quedó, en su Sevilla natal. Distinto de
Juan Cabello Moya El Brujo, que nació
en Baena (Jaén) y era considerado cordobés, que se peló al cero para llamar la
atención, que tomó una alternativa en
Ibiza cuando vivía en Barcelona y que, al final, se afincó en Salamanca,
se sumó pronto a la cuadrilla de Pedro Gutiérrez Moya Niño de la Capea ,
le acompañó hasta su retirada y en Salamanca ha muerto. Y el tercer torero
de los fallecidos en estos días es Francisco Barrios El Turia, nacido en Valencia, en donde tomó la alternativa el 17 de
marzo de 1957 en cartel de gran relumbrón, con Aparicio y Litri de padrino y testigo, que renunció a este doctorado y lo
volvió a tomar por tierras alicantinas de Ondara el 19 de septiembre de 1966 y
que ha sido director de la
Escuela Taurina valenciana. Para todos ellos, mi recuerdo.
Es, un poco, darles unos días más de vida.
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