domingo, 29 de mayo de 2016

GOYA, TORERO DE LA CRUZ A LA RÚBRICA


Los antecedentes taurinos de Goya hay que buscarlos en su juventud, cuando su maestro Luzán le hacía copiar estampas de santos y en los pueblos le encargaban  adornar las pechinas de las cúpulas de sus iglesias al tiempo que asistía a los festejos populares en los que se prodigaban las suertes que luego reflejó en muchas de las estampas de su mal llamada “Tauromaquia”. Téngase en cuenta que Goya nació en 1746 y los dibujos preparatorios del encargo que le hicieron sobre el relato de Fernández Moratín los inició en 1815, cuando ya había experimentado la emoción de su afición a los toros y protagonizado alguna que otra aventura en el papel de maletilla. Se asegura que participó en una pelea entre feligreses de dos parroquias y que, al resultar herido de gravedad uno del otro bando, Goya se junto con una cuadrilla de toreros y se fue a Cataluña, para trasladarse después a Italia, en donde le reconocieron antes y con más honores que en su patria. Su cuadro “Aníbal cruzando los Alpes” fue distinguido con una mención especial. Copias en pequeño formato de Tiépolo, Giaquinto y Mens para supervivir, el regreso a España, su matrimonio con la hermana de los Bayeu, con los que no se llevaba nadie bien por las jugarretas que le hicieron en sus intenciones de entrar en la Academia o pintar las cúpulas del Pilar y eso que los hermanos de su esposa también eran aficionados a los toros.
Mariano de Cavia “Sobaquillo” asegura que “Francho” (asi le llamaban a Goya de infante) pintó unos tableros en la plaza de toros de Pignatelli  que se perdieron por la incultura y la necesidad de las gentes de aquellos tiempos. Puede que fueran pasto de las llamas para hacer brasas y asar unas costillas de carnero o, en plena Guerra de la Independencia, para calentarse los torerillos, como lo fueron las pinturas de la iglesia de San Fernando del monte de Torrero o las de la parroquia de Fuendetodos en nuestra última guerra.
 La primera muestra gráfica de la inclinación goyesca por los toros es el cartón que pintó don Francisco para el tapiz de “La Novillada”. En él aparece el autor con un vestido de seda rosa de vistosas hombreas, faja amplia, calzón ajustado y sujeto bajo las rodillas, zapatos de hebilla y redecilla en el pelo. Un delicioso cuadro al óleo titulado “Niños jugando al toro”, las hojalatas de Torrecillas, más Tauromaquia que la así denominada, ocho muestras del ambiente de una plaza, sus suertes, sus desgracias y el lance conocido por “la aragonesa”, de frente por detrás y con el capote a la espalda. El protagonista es Pedro Romero pese a que se le atribuya su invención a “Pepe-Hillo” y lo cierto es que se le calificó de “aragonesa” porque fue el aragonés Goya el que se lo enseñó a sus amigos, con los que estuvo en relación amistosa y festiva desde la inauguración de la plaza de toros de Zaragoza con la presencia también de  “Costillares” y la despedida de Antonio Ebassun “Martincho”, otro aragonés importante (primer diestro de a pie con retrato y biografía) y  nacido en Farasdués, a 14 kilómetros de Ejea de los Caballeros, donde pastaban las mejores ganaderías del siglo XVIII. De Ejea eran los diez toros de Francisco Bentura que se lidiaron en la Plaza Mayor de Madrid con motivo de la Coronación de Carlos IV, en septiembre de 1789, festejos que se desarrollaron bajo las directrices artísticas, desfiles, vestuarios, adornos y otros detalles del buen aficionado que era Goya. Escribía a Martín Zapater y le confesaba su predilección por Pedro Romero. Pero retrató a los tres,Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”, primer triunvirato de la historia del toreo, a José, hermano de Pedro, a “La Pajuelera”, al Moro Gazul, los picadores Fernando del Toro y Rendón, al Indio Ceballos, a la vez que mostraba sus destrezas en aguafuertes, litografías y óleos, a Bernardo Alcalde y Merino, “El Licenciado de Falces”, a los riojanos Apiñani y el salto de la garrocha de Juanito, las temeridades del propio Martincho saltando desde una mesa o con un sombrero y grilletes a la puerta del chiquero, los sucesos trágicos, las suertes populares, los quiebros, los saltos o los roscaderos, cuévamos o cestos. Por todo ello, la Diputación de Zaragoza creyó oportuno que Goya tuviera su sitio en la plaza y la escultura de bronce de Manuel Arcón se ubicó en 1991, el día de San Jorge de hace veinticinco años, en un  tendido dibujando la estampa del salto de Apiñani.
El escritor peruano Mujica Gallo, en su obra “Goya, figura del toreo” manifiesta lo siguiente:”Todo este apogeo del toreo de a pie (finales del siglo XVIII) no solo coincide con el desarrollo de la personalidad artística de Goya, sino que sostengo que está, mientras no se demuestre lo contrario, bajo la influencia estética y taurina del gran aficionado aragonés".
Fernández Moratín en 1825 comentó: “Goya dice que en su tiempo fue torero y que con el estoque en la mano no tiene miedo a nadie y eso que dentro de dos meses cumplirá ochenta años”. Su viejo criado, Antonio Trueba, sentenciaba: “En dos cosas era mi amo incorregible, en su afición a los toros y en su afición a las hijas de Eva”.
¿Qué opinaban de Goya los pintores Lucas, Fortuny, Roberto Domingo, Zuloaga o Picasso, este autor de una Tauromaquia al dictado de la de Antonio Carnicero, desde el paseíllo de las cuadrillas al arrastre del toro, el filósofo Ortega y Gasset o los poetas Villalón, Lorca, Miguel Hernández, Dámaso Alonso o Gerardo Diego? El humo ciega sus ojos, señor Doctor.  # !. (

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