sábado, 18 de noviembre de 2017

JUNCAL Y TORERÍA


EN TIEMPOS CONVULSOS NO HACER MUDANZAS
BENJAMÍN BENTURA REMACHA

¡Qué tiempos aquellos! Había limpiabotas por las calles y Paco Rabal y El Brujo se juntaban en una tasca para hablar de toros. A Fernando Saturio García Terrel, durante muchos años presidente de la plaza de toros de Zaragoza, se le ocurrió fundar en la Casa de Andalucía de la capital de Aragón una tertulia taurina con el nombre de El Mentidero, sitio o lugar donde se junta para conversar la gente ociosa, dice la Academia. Yo suprimiría el adjetivo de ociosa. La conversación es benéfica para todos los hombres (y las mujeres aunque para mí el genérico siga vigente y me parezca inútil insistir en lo de todos y todas, puesto que de esto no depende el trato justo y respetuoso del hombre a la mujer).   Hay un lugar  en Zaragoza en donde todavía se habla de toros. Ese lugar se llama El Mentidero, se localiza en la Casa de Andalucía y su alma es un hombre que durante muchos años actuó como delegado de la autoridad y presidente de la plaza de toros de don Ramón Pignatelli. Se trata, repito, de Fernando Saturio Garcia Terrel y señalo su segundo nombre, el de Saturio, porque nos aclara que el señor es soriano y émulo del hermano del poeta Manuel Machado que llevó a Soria todas las esencias de su sentir andaluz, como García Terrel las ha traído hasta Zaragoza y pelea gallardamente por la continuidad de nuestras tradiciones y devociones. La devoción al toro puede adquirirse por nacimiento o por curiosidad. Quizá sea más fervorosa esta última  porque nace de la propia voluntad aunque tenga que reconocer que a mí me la inocularon en la propia cuna, allá por Magallón, lugar donde yo nací el año 31 del siglo XX. Unos meses después me llevaron a vivir a Madrid, donde mi padre había entrado a trabajar en El Debate, el diario matutino que dirigía don Ángel Herrera Oria, años después arzobispo de Málaga. En  El Debate mi padre entró en la sección de Sucesos y escribió sus primeras crónicas taurinas desde Carabanchel, la misma plaza en la que yo inicié mi incursión en este campo dieciocho años después. Mi herencia. Mi padre participó en la fundación de EL Ruedo como revista semanal después de haber sido sección  del diario Marca, pasó también por Pueblo y la Agencia Logos, dirigió durante nuestra guerra el diario Hoy de Badajoz y fundó varias revistas, entre ellas, Meridiano y la colección de Biblioteca Teatral, donde brillaron Pedro Muñoz Seca, Arniches, los Quintero, los Paso y Jardiel Poncela. Una vida dedicada el periodismo, los toros y el teatro. Su caricatura era una de las muchas que adornaban las paredes del café Castilla. A mí me obligó a rematar la carrera de Derecho antes de permitirme explorar el periodismo taurino. Y de esa exploración y ante la dificultad de entrar en un medio informativo sin tener que contribuir a sus beneficios vino la idea de fundar Fiesta Española en 1961, buena oportunidad para hacerle la competencia a Dígame y El Ruedo, con la aparición en las arenas de Diego Puerta, Paco Camino y El Viti en competición con los ya consagrados cómo Ordóñez, Luis Miguel, Antonio Bienvenida, Rafael Ortega, Manolo Vázquez o Antoñete y la explosiva aparición de Manuel Benítez El Cordobés, que atraía lectores críticos con sus maneras y partidarios de hueso colorado que llegaban a utilizar las páginas de Fiesta como papel higiénico y nos las enviaban a la redacción por correo. Esos años, los 60 del siglo pasado, fueron brillantes y entretenidos por estos y otros muchos personajes, Miguelín, Mondeño, Ostos, Chamaco, Curro Romero en su medido caminar hasta el nuevo siglo, Ruiz Miguel gracias a las alimañas de don Victorino, a las que también agradeció sus favores el paleto de Villalpando. Rafael de Paula estaba escondido por los rincones andaluces. Y, para mayor gloria del toreo, el sacrificio de Paquirri y Yiyo, Pozoblanco y Colmenar, y la tremenda sorpresa de la muerte de don Antonio por el atropello de una utrera de Amelia Pérez Tabernero, estos tristes acontecimientos, ya en la década de los 70, cuando había desaparecido Fiesta Española y yo desarrollaba mi vocación periodística en las páginas del diario El Alcazar, desde la diagramación al cierre, los reportajes, las entrevistas, la jefatura de la sección de Nacional, las crónicas de los secuestros de ETA, la composición en linotipias, los ajustes en las platinas o las tejas para las rotativas. Fueron los 70 mi década más periodística que prolongué como redactor-jefe de Aragón exprés y mis casi veinte años en la Diputación de Zaragoza, en los que tuve la suerte de colaborar en la restauración de la plaza de toros que construyera en 1764 don Ramón Pignatelli, labor continuada hasta conseguir que Zaragoza sea la más cómoda de las viejas plazas  de toros y la primera cubierta de las de España. También tengo la satisfacción de haber llevado a sus tendidos la figura de don Francisco Goya, el más grande y prolijo, segunda acepción, cuidadoso o esmerado, de los divulgadores de la fiesta de los toros. Resucité la revista El Chiquero en el vespertino Aragón exprés, colaboré en Hoja del Lunes de Zaragoza, El Día, Diario 16, el Anuario de la Asociación de la Prensa de Madrid que se publicaba para apoyar su corrida, la de la Prensa, y, desde 2004 hasta hoy, en la Agenda Taurina de Vidal Pérez Herrero, en la revista Caireles de Barcelona y en múltiples publicaciones de la Diputación de Zaragoza, programas de las Ferias del Pilar , catálogos de exposiciones de las que fui comisario y grandes obras sobre Goya y las vicisitudes de la Tauromaquia aragonesa y la historia de las plazas de toros de Zaragoza, Ejea de los Caballeros, Tarazona y Gallur. Y de lo que presumo con orgullo de gozno del ganadero más destacado de la cabaña ejeana del siglo XVIII, don Diego Bentura, primero de los Bentura nacidos en la actual capital de Cinco Villas. Mi libro Casta Brava Aragonesa es el mejor y el peor de los libros escritos sobre nuestra ganadería. No hay otro.   
Todo lo relatado hasta ahora lo he contado para justificar que en la Casa de Andalucía, el pasado día 11 de noviembre, me concedieron el premio a mi ejecutoria profesional, acto en el que yo intervine para agradecer la distinción y, sobre todo,  señalar mi vinculación con el resto de los premiados en este acto. Cómo decía José Luis Pecker en unos cursos de periodismo que nos dio hace años el Ejercito del Aire, los que hablamos en público somos cómo los polvorones, si nos quitan los papeles nos deshacemos. Yo llevaba unos papeles, pero no me atreví a sacarlos. En esos papeles tenía apuntado que la Casa de Andalucía está situada en la calle de Julio García Condoy, pintor y hermano del escultor Honorio García Condoy, ambos hijos de Eliseo García Martínez, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza y autor del Ecce Homo del Santuario de Nuestra Señora de la Misericordia que la aficionada de Borja convirtió en la caricatura de Paquirrín, el hijo de la Pantoja, que en lo físico siguió la estela materna. Igualico que su abuela. Buenos pintores el padre y el hijo, Eliseo y Julio, Honorio excelente escultor, a mi entender, el segundo del arte del modelado aragonés, tras Pablo Gargallo. El segundo apellido de los hijos de don Eliseo era Condón y lo convirtieron en Condoy para evitar bromas de mal gusto. Ahí, en esa Casa de Andalucía, manifiesta sus inquietudes toreras don Fernando Saturio, que ha sumado a su equipo dos lugartenientes exquisitos, José Manuel Valero Soriano y José Ramón Bonilla. Valero montó el gran programa tras el buen yantar. Un recuerdo a las gentes del toro desaparecidas: Fandiño, Dámaso González, Palomo Linares, Gregorio Sánchez, Manolo Cortes, el mexicano Miguel Armillita, el mítico ganadero Victorino y Pepe Cerdán (José Cerdán Lasanta), el corralero de la plaza de toros de Zaragoza, que el día de la alternativa de Luis Francisco Esplá, 23 de mayo de 1976, sufrió una grave cornada a astas de un toro de Manuel Benítez devuelto a los corrales. Paco Camino era el maestro de la ceremonia y Niño de la Capea, el testigo. Buen cartel. Valero Soriano cantó las excelencias de Serafín Marín, juncal figura y torería con  barretina, Bonilla ensalzó la tarea de la asociación  Mar de Nubes, enseñar a los niños que quieren jugar al toro y practicar con los aficionados a este arte, y Fernando García Terrel me sacó los colores de esta historia mía que nace en la cómoda supervivencia de una heredada afición. A Serafín Marín le recordé que la primera entrevista que hice en mi vida fue a un torero catalán, Mario Cabré, al novillero Jorge Isiegas, revelación de la torería aragonesa, que su abuelo Octavio fue en los años 40 y 50 del siglo pasado un  novillero muy activo aunque no recuerdo que diera al paso decisivo, me congratulé del poético Mar de Nubes y que el primero que contemplé en mi vida antes de montar en un avión lo presencie en el Moncayo, desde la Peña del Cucharón, encima de donde estaba la residencia del obispado de Tarazona. Antes de cenar había que rezar el Rosario. El novillero Miguel Cuartero es el alma de tan curioso empeño: toreo de salón para los niños y tentaderos para los aficionados prácticos. Y rematé mi parlamento con mi especial agradecimiento a García Terrel porque su hija Beatriz ha sido dos años profesora  de mi nieta Blanca. En mis  nietos fundamento todas las ilusiones de futuro.

Nota buena: He leído en Heraldo que la Diputación de Zaragoza no  ha concedido la prórroga del contrato de arrendamiento de su plaza de toros  a la empresa de Simón Casas y Cia porque los propios empresarios han confesado que han aumentado los abonos, la cifra de asistente a los festejos de la Feria del Pilar y se había superado la complicada situación en la que dejó la plaza el empresario anterior, Serolo. Uno, en su inocencia, deducía que esas eran poderosas razones para prorrogar a la empresa autora de esa buena gestión. Al parecer, la Diputación ha pensado que es el momento de aumentar sus beneficios con un nuevo contrato de arrendamiento. ¿Hay moros en la costa? ¿No hubiera sido preferible el consolidar las mejoras contempladas? Recuerdo la decisión de hace unos años de aplicar a la explotación de la plaza una gestión directa y todavía no se han divulgado los negativos resultados de aquella gestión. Creo que fue Napoleón el que recomendó no hacer mudanzas cuando las cosas están complicadas y el toro está en un tiempo convulso. Simón Casas ha acertado en muchas cosas y, ante todo, en la publicidad del espectáculo. Elemental, amigo, Watson.  






miércoles, 8 de noviembre de 2017

LA ÚLTIMA FERIA



VUELVE MORANTE

La última Feria y la última letra del abecedario: Zaragoza. Pero tenemos una larga historia. Somos, con Pamplona,  las dos ciudades en las que se conserva la advocación festiva, San Fermín y la Virgen del Pilar, y la celebración taurina. Fiesta y toros. Fiesta española. En unos días en los que la bandera de España luce en los balcones y ventanas de muchos edificios de la Patria, bueno será, sin coger el rábano por las hojas, afirmar que los enemigos de esa España nuestra quieren acabar con su Fiesta porque nos representa física y metafóricamente. El toro de la carretera. Domingo, 8 de octubre de 2017, a los pies de la estatua de Agustina de Aragón, nacida en Cataluña  y fallecida en Ceuta, el grupo de anti-taurinos de todos los años nos insultaba a los que accedíamos al coso de Pignatelli. Nos llamaban asesinos con el puño izquierdo en alto. Los hijos de Stalín, ejemplo de demócrata dialogador. Lo dijo Salvador Dalí en el Ateneo madrileño: “Picasso es comunista. Yo tampoco”. A los pies de la estatua de Agustina Raimunda María Zaragoza Domenech, que de Aragón tenía solo el apellido, el de Zaragoza, puesto que nació en Reus, 1786, y murió en Ceuta, 1857. Reus está cerca Salou, playa aragonesa por asistencia, y en Reus nacieron Mariano Fortuny, pintor de batallas marroquíes, patios andaluces y plazas de toros, y Ceferino Olivé i Cabré, el mejor acuarelista, a mi modo de ver. Sus trenes entrando en la estación de Reus me recuerdan al tren que llevó a Madrid al padre de Manolo Caracol, mozo de espadas de Joselito, y a su cuadrilla y, ya en la estación de Delicias, al pasar junto a la locomotora, esta lanzó una nube de humo blanco con un ruido de explosión: “Esos cataplines pa Despeñaperros”. En fin, junto a la iglesia de El Portillo, junto al monumento de Agustina de Aragón, todos los años se reúnen un centenar de individuos que nos insultan y nos prometen que nos cerraran las puertas del coso de don Ramón de Pignatelli. Paciencia. Y a Zaragoza vienen todos los años unos cuantos catalanes, cómo nosotros íbamos antes a Biarritz o Hendaya a ver la película de Marlón Brando o a comprar los libros del “Ruedo Ibérico”.
Me ha sorprendido gratamente la noticia de que Manuel Lozano, el mayor de los hermanos de la saga de la Alameda toledana, verso suelto en su canto torero, anuncie que va a apoderar el año que viene a Morante de la Puebla. El mayor de los Lozano Martín, descendientes de Manuel Martín Alonso, que compró la ganadería de Veragua en 1927 y se la vendió a Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio tres años después, ha sido durante muchos temporadas un apoderado independiente y un empresario de plazas cómo Segovia o Tánger. En esta quiso contratar a Manuel Benítez para una corrida y este le puso cómo condición el darle la alternativa. Así ocurrió el 4 de octubre de 1970, con la participación de Gabriel de la Casa, hijo de Morenito de Talavera. Fue presentación y despedida puesto que no volvió a participar en ninguna otra corrida de toros. Pero el Lozano solitario es un hombre peculiar y recuerdo que en los años 60 del siglo pasado me contaba un sueño que había tenido y en el que se presentaba como apoderado de su padrino de alternativa. Se había construido en Alameda de la Sagra un palacete con una piscina climatizada con teléfono en la orilla y una rubia encantadora que cogía las llamadas. ¿Quiénes llamaban? Pedro Balañá, Pablo Chopera, don Livinio en nombre de Jardón, Canorea, Barceló y Jumillano. “Don Manuel no se puede poner porque está nadando”. Cien veces la misma respuesta. Me recordaba la anécdota de Ortega y Gasset cuando alguien fue a visitarlo en su casa y la doncella le dijo “Don José no está; está pensando”. Manuel Lozano no fue nunca apoderado de El Cordobés, pero bueno será que una persona como él acompañe este año que viene a Morante de la Puebla en su andar pausado por los ruedos de España. Estos toreros no se pueden ir nunca.
Ya habrán leído el feliz remate de la temporada de 2017 con el recuerdo a hitos destacados a lo largo de su desarrollo en las distintas plazas de España excepto Cataluña y Canarias aunque también sean españolas. Desde Francia hemos recibido cumplida noticia de todo lo acontecido y un placer de aficionado recordar Sevilla, Madrid, Bilbao, Santander, Arles, Nimes, Granada, Málaga o Zaragoza, Ponce, Bautista, Pepe Luis, Manzanares, Talavante, Perera, Castella, Ginés, Garrido o Roca Rey. Mucho y bueno que contar. Pero hay una cosa que a mí me quita el sueño: el primer tercio. Con motivo de los aniversarios del nacimiento y la muerte de Manolete se ha hablado largo y tendido de las corridas de su tiempo, de la lidia de utreros y del escaso trapío de lo que entonces se lidiaba y rara era la corrida no soportara más de veinticinco puyazos y hasta más de treinta, en un tiempo en el que la puya era de limoncillo y El Pimpi, picador en la cuadrilla del cordobés y con un brazo de acero, le metía al toro las cuerdas y dos palmos de la vara. ¿Ahora?  Una docena de puyazos por imperativo reglamentario y a los picadores se les ovaciona cuando levantan el palo o disimulan con la suerte “de la fregona”. ¿Remedio? El peto anatómico que dé opción al toro a romanear a caballo y jinete y poder pelear en igualdad de fuerzas. Sé que esta propuesta no gustará a los picadores, pero, si la situación actual se agudiza, pronto serán picadores todos los que se puedan subir a un caballo y hasta es posible que se recorten las cuadrillas para disminuir gastos. Hay quién ha apuntado que a los picadores les cuesta más vestirse que picar a un toro. Mi pensamiento está lejos de desear mayor riesgo a los de a caballo, pero lo cierto es que sin riesgo el toreo se diluye, se volatiliza, se esfuma. No quiero llegar a lo de antaño porque el público de hoy no aguantaría tanta víctima equina. Tampoco la cabaña caballar. ¿Y los animalistas? Todo necesita de un equilibrio: el toro, el caballo, el picador, los banderilleros, el matador. Dinamizar con las mayores garantías una suerte que es fundamental para medir la bravura del toro, la eficacia del castigo y el mérito de la lidia que en su primera acepción significa batallar y pelear. Batallar y pelear con arte. Eso es torear. Y en la suerte de picar también cuenta el arte. Se hizo famoso el pareado de Joselito a su picador: “Camero, pica delantero”. Hoy habría que decírselo a la mayoría de los que utilizan la vara larga. El punto idóneo es muy pequeño y adelante o atrás las lesiones son graves y afectan a la movilidad de los toros. Picar bien es un arte y una ciencia. Como la acupuntura.¿ Habrá que buscar piqueros en China o Japón? Pinchar en su sitio.